Reparar el motor de la democracia.

Jordi Sevilla y Josep Piqué   –   Viernes, 17 de Mayo de 2013.

Nuestra maquinaria económica, la que nos permitía generar riqueza con la que financiar los niveles de renta y bienestar de que disfrutábamos, se ha gripado, sumiéndonos en la mayor y más larga crisis de la historia reciente. Pero nuestra maquinaria política, la que nos permitía garantizar derechos y defender libertades en un clima de tolerancia relativa, se ha gripado también, mostrándose incapaz de encontrar espacios de acuerdo donde encontrar soluciones eficaces a los graves problemas existentes. Todo ello genera una amplia desafección respecto a los políticos y un estado de ánimo colectivo dominado por la indignación y el pesimismo.

Las encuestas detectan la intensidad de este fenómeno. El 85% de los ciudadanos dice que la situación política es mala o muy mala y el 92% creen que la situación económica es mala o muy mala. Además, el 77% desaprueba la gestión del presidente Rajoy, quien inspira desconfianza al 87% pero, a la vez, el líder de la oposición obtiene todavía peores valoraciones: el 87% desaprueba su gestión y no le inspira confianza al 94% de los ciudadanos.

Estos son los elementos que describen una situación conocida. A partir de aquí, queremos exponer una interpretación, una explicación de esa situación, porque entender es la primera etapa para resolver. Y lo haremos empezando por decir: ambas crisis, la política y la económica, están interrelacionadas. La crisis económica hace estallar las costuras de una situación política deteriorada hasta meterla en crisis y, entonces, la política, se muestra incapaz de resolver la crisis económica. Es importante retener esto en mente porque defenderemos que tenemos que buscar la solución de manera simultánea a ambas crisis, al igual que en la transición de la dictadura a la democracia, cuando los Pactos de la Moncloa, que abordaron la crisis económica de entonces, formaron parte de la misma operación que la elaboración de la Constitución que encauzó, entonces, la solución a la crisis política.

Ninguna de las dos crisis ha surgido de repente. Por el contrario, se han ido precipitando y acumulando problemas y defectos en ambos escenarios, el político y el económico, durante mucho tiempo y, en un momento determinado, han entrado en crisis por la acción conjunta de ciertos determinantes. Los márgenes de actuación de los políticos nacionales se ven limitados por el poder fáctico de los mercados mundiales cuya lógica expansiva choca contra los deseos y aspiraciones de los ciudadanos que siguen teniendo en el voto su principal poder para intentar controlar sus vidas. El problema es que, ahora, aquello que determinan con su voto, el Gobierno nacional, ya no tiene la fuerza, la autonomía y las capacidades de antes. De ahí surgen buena parte de las decepciones que genera hoy la política a los ciudadanos: los políticos nacionales siguen prometiendo cosas que, ahora, ya no está totalmente en sus manos proveer. Ese es uno de los bucles que une ambas crisis.

Para resolver, hoy, los problemas de los ciudadanos en el nuevo contexto de la globalización necesitamos una política y unos partidos políticos muy diferentes a los que tenemos y que pudieron ser adecuados para épocas anteriores. Necesitamos recuperar la política y a los partidos como instrumentos útiles para hacer algo colectivo y no como medios para ser alguien, individualmente.

La forma de actuar de los partidos políticos, en este momento y con estos condicionantes, facilita la ruptura de la confianza entre electores y elegidos reflejada en las encuestas antes citadas y pone en cuestión la esencia del sistema democrático, abriendo la puerta a fenómenos populistas en los que podemos ver reflejado el rechazo, la protesta, la rabia, pero difícilmente la solución a los problemas. A diferencia de los años 30 del siglo pasado, donde la crítica mayoritaria a las democracias por su incapacidad aparente para resolver los problemas derivados de la gran depresión económica procedían de movimientos totalitarios (fascismo, comunismo), hoy las protestas que inundan las calles y plazas de las principales ciudades de España y del mundo, reclaman, de momento, «más y mejor democracia». Debemos aprovecharlo.

Queremos dejar clara nuestra posición respecto a algunas cuestiones relacionadas con este punto: la política es necesaria para gestionar cuestiones complejas en sociedades plurales. La democracia representativa es un avance histórico positivo cuando la pluralidad social es muy amplia; por tanto, debe ser mejorada, ampliada, complementada, pero no puede verse cuestionada. Los partidos políticos son elementos imprescindibles en la agregación democrática de las preferencias colectivas en sociedades complejas y plurales como las nuestras. Deben cambiar profundamente. Pero no deben desaparecer sin riesgo de ser sustituidos por mecanismos de intermediación más peligrosos.

Regresando a la situación en España, es muy probable que el proyecto político de la Transición de 1978, en cuyo marco hemos vivido desde entonces, esté agotado. Así parece entenderlo un número creciente de ciudadanos, especialmente los más jóvenes. Sin embargo, a pesar de que no vemos posible abordar ningún proceso serio y profundo de regeneración democrática de la convivencia en la España de hoy sin estar dispuesto a reformar parcialmente la Constitución desde los mismos supuestos consensuados con que se elaboró, se pueden hacer muchas reformas dentro del marco constitucional actual ya que otros muchos aspectos no están regulados a ese nivel, como la Ley de Partidos, que debe regular el adecuado funcionamiento de quienes deben ser un motor de la democracia y, otros ni tan siquiera están regulados porque forman parte de los hábitos y costumbres que definen la calidad de una democracia.

La partitocracia, el colocar los intereses electorales del partido por delante de los intereses generales del país, se ha convertido en España hoy en un sistema ineficaz para resolver los actuales problemas. Por ejemplo, la corrupción, las reformas institucionales, la crisis económica. Todo ello nos lleva a exigir ya, una nueva Ley de Partidos Políticos que incluya medidas que democraticen su funcionamiento, incrementen el control externo sobre sus cuentas y traspasen poder actualmente en manos de las cúpulas de los partidos a los ciudadanos mediante controles independientes y medidas de transparencia.

Vamos concluyendo. Es mucho lo que se puede y se debe hacer para desbloquear España. Pero casi todo ello pasa por reformar elementos sustantivos del sistema democrático español. Por eso pedimos pactos de Estado, un nuevo consenso social para las reformas. Y lo pedimos por dos razones: Eficacia, ya que de otra manera la capacidad de hacerlo desde un solo partido o un solo gobierno es mínima. Si queremos conseguir aquello a lo que aspiramos, debemos unirnos en un esfuerzo transversal que recoja a la mayoría de la sociedad. Pero, también, por concepción de la democracia. Frente a quienes piensan que la democracia es solo un sistema para cambiar de gobierno y que tener mayoría da derecho a imponer tus tesis, otros pensamos que la democracia articula el conjunto de decisiones sociales en tres niveles: aquellas que son comunes a todos, las llamadas cuestiones de Estado que sólo pueden resolverse por consenso que sea luego respetado gobierne quien gobierne; aquellas cuestiones que reflejan intereses de parte o ideologías diferentes que son las que configuran propiamente el ámbito de la confrontación partidista con alternancias según las mayorías que se puedan formar. Pero, igualmente, están aquellas situaciones excepcionales en las que, aun partiendo de posiciones distintas, tenemos la obligación de alcanzar un acuerdo, un pacto en determinadas cuestiones, que sea el instrumento más eficaz para mejorar la vida y la convivencia de los ciudadanos.

Estamos en este último supuesto. El envite excepcional de esta crisis económica es lo suficientemente grande como para intentar pactar soluciones conjuntas que respondan al cambio de paradigma sistémico en el que estamos. Si, además, unimos la necesidad de reformar el sistema político institucional, la necesidad de un pacto de Estado es todavía más evidente.

A pesar de que las encuestas sitúan en esa posición a la inmensa mayoría de ciudadanos, no parece que exista hoy clima para que los partidos aborden, en serio, un proceso de concertación social como el que se produjo en la transición, que aúne reformas económicas, sociales, políticas e institucionales. Pero conseguirlo es el verdadero desafío para España. A él queremos contribuir modestamente nosotros, desde el Foro Más Democracia recientemente creado. Sin esperar a soluciones impuestas, ni quedarnos solo en la crítica, sino elaborando propuestas y desarrollando estrategias para conseguir implantarlas. Muchos colectivos sociales están ya en eso. Aunque nadie ha dicho que vaya a ser fácil.

Jordi Sevilla fue ministro de Administraciones Públicas con Zapatero y Josep Piqué fue ministro portavoz, de Industria y de Exteriores con Aznar.